miércoles, 29 de septiembre de 2010

DISCULPE FUE UN ERROR

Había una vez un joven que tenía muchos problemas. Un día Jesús golpeó a su puerta. Él, maravillado, lo invitó a entrar, y Jesús se sentó en el sofá de la sala. En la mesita del centro se encontraba una Biblia abierta en el Salmo 91. En una de las paredes estaba colgado un bordado con el Salmo 23, y en la otra, un cuadro de la Santa Cena.

«Señor Jesús; le dijo el joven, en primer lugar me gustaría decir que es un honor recibirlo en mi casa. Como el Señor debe saber, estoy pasando por algunas dificultades y necesito mucho de Su ayuda.» «Hijo; interrumpió Jesús, antes de que conversemos sobre sus pedidos, me gustaría conocer su casa. ¿Dónde está el lugar donde duerme?» En ese instante, el joven recordó que guardaba en el cuarto unas revistas terribles y se apresuró a dar una disculpa.

«No, Jesús, allá no. Mi cuarto está todo desordenado». Jesús, entonces, quiso conocer la cocina, pero recordó que allí había algunas botellas de bebida que no quería que el Señor viera. «Señor, disculpe, pero prefiero que no», le respondió. "Mi cocina está vacía. No tengo nada bueno para ofrecerle». De repente, un ruido muy fuerte interrumpió la conversación. ¡Pam, pam, pam...! Era alguien que golpeaba furiosamente la puerta.

El joven se levantó asustado y fue a ver quién era. Abrió la puerta, desconfiado, y vio que era el diablo. «Sal de enfrente que quiero entrar», gritó el diablo. «De ningún modo», respondió él. Y así comenzó la pelea. Con mucha dificultad, logró empujar al diablo y cerrar la puerta. Cansado, volvió a la sala. Entonces, el joven le dijo: "Como estaba hablando con el Señor, necesito tantas cosas».

Nuevamente la conversación fue interrumpida por unos ruidos fuertes que venían de la ventana del cuarto. Corrió para ver qué era y al abrirla se encontró otra vez con el diablo: «Ahora no hay excusas, yo voy a entrar», dijo el diablo. Nuevamente se trenzó con él y consiguió trabar la ventana. «Señor, dijo, disculpe la interrupción. Como le decía...»

Otra vez, del fondo de la casa se oía un tremendo lío, como si alguien quisiera tirar la puerta. De nuevo era el diablo.»Yo quiero entrar». El joven, ya exhausto, luchó con él y logró mantenerlo afue-ra. Al volver, contrariado, dijo a Jesús: «Yo no entiendo, el Señor es tá en mi casa y el diablo insiste en entrar». «Sabe lo que es, mi hijo; explicó Jesús, es que en su casa, usted me dio sólo la sala».

El joven, humildemente, entendió la lección y esta vez hizo una limpieza en la casa para entregarla al cuidado del Señor. El diablo golpeó nuevamente la puerta, y el joven miró a Jesús, sin entender. Pero el Señor dijo: «Deje que voy a atender yo». Cuando el diablo vio que era Jesús quien atendía la puerta, dijo: «Disculpe, fue un error». Y salió rapidito.

Muchas veces es así como sucede con nuestro corazón. Entregamos a Jesús sólo una parte. Sólo la sala. Y entonces quedan las dudas habitando en el cuarto, el fracaso en la cocina, el miedo en la terraza. Luchamos y no vencemos porque la casa está dividida.

La Biblia dice que «Los ojos del Señor pasean por toda la tierra mostrándose fuerte para aquellos cuyo corazón es enteramente Suyo».

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